¿De qué hablamos cuando usamos
estos términos? ¿Es la coherencia un modo de consecuencia? ¿Somos consecuentes cuando
somos coherentes?
La coherencia, aplicada a los
seres humanos, hace referencia a la relación lógica entre la forma de pensar de
una persona y su actuar. Por otra parte,
a mi entender, ser consecuente implica también, una vinculación análoga entre las
ideas y la acción. Pero además, la consecuencia implica cierta constancia y
firmeza en la coherencia. Perseverancia, tenacidad y constancia son términos
que la representan, añadiendo una dimensión temporal a su significado, pues
mientras más tiempo la persona sea capaz de mantenerse en su ley, más
consecuente es.
Coherencia y consecuencia son dos
conceptos muy apreciados en estos tiempos, alcanzando el estatus de “valor”. Nos
gustan las personas coherentes, que tienen un discurso que se condice con su
forma de vivir y de relacionarse en el mundo. Nos gustan las personas
consecuentes, que mantienen su visión y su actuar inmutable a lo largo del
tiempo y pese a las vicisitudes. No nos gustan quienes cambian frecuentemente
de parecer, porque los consideramos influenciables y poco claros, sin sustento,
maleables, “tibiecitos”, no nos dan confianza.
La mayoría de las personas se
identifica con sus ideologías y, con esto quiero decir que las endosan a su
identidad. Esto no es bueno, ni es malo, pero genera una suerte de sensibilidad
a las críticas que pudieran ir dirigidas a la propia doctrina, cuando no hemos
sido capaces de crear un límite entre ésta y quienes somos más allá de ella.
Sucede con las religiones y con la política en general que, cuando estamos en
desacuerdo, las personas intentamos hacer entender al otro por qué tenemos
razón y los demás están equivocados, como si hubiese una única y absoluta
verdad. Defendemos lo que sabemos y nuestras experiencias al respecto,
exigiendo respeto y diciendo todo el tiempo que respetamos la posición del otro,
mientras internamente juntamos rabia o impotencia por no ser comprendidos.
Sacamos a relucir nuestros mejores argumentos, aquellos que nos hacen parecer
más inteligentes, más informados o, por el contrario, más protagonistas y
sensibles. Todas las armas sirven para conseguir vencer al otro.
¿Pero qué pasa si todos estamos
en lo cierto, desde nuestro particular punto de vista? ¿Qué sucedería si, por
el contrario, nadie tuviera la razón? ¿Cómo reaccionaríamos si supiéramos que
no existe una respuesta para lo que discutimos?... ¿Por qué intentamos
convencer al otro de algo que no le hace sentido? ¿Cómo es que llegamos a
mezclarnos tanto con las ideas que nos sentimos en peligro cuando atacan
nuestro pensamiento? Simplemente, desde mi visión, todo parte del miedo a ser
destruidos. Necesitamos ideologías y “certezas” que den sustento a nuestra
identidad y, por ello tememos desaparecer cuando nuestra ideología ha sido
vencida, a ser subyugados por el otro, porque pensamos que SOMOS nuestros
pensamientos.
A mi parecer, en este momento, una
discusión provechosa es aquella que nos lleva a ampliar el conocimiento de todo
aquello que es diferente a mí, sin importar cuánto nos acaloremos por ser comprendidos en nuestra exposición. Si todos pudiésemos incorporar este principio,
tal vez habría menos conflicto y menos guerras.
Sucede que a veces la coherencia
se rompe, cuando nueva evidencia nos muestra que estábamos equivocados o que
las cosas han cambiado. En ocasiones, a raíz de un hecho o una constelación de nuestra
coherencia interna y/o externa se quiebra y nos vemos obligados a cambiar o a
ampliar nuestros límites para mantener la cordura o para, simplemente poder
seguir viviendo.
¿Tenemos que hacernos cargo de
nuestra coherencia y morir en nuestra ley?... Eso suena heroico, pero probablemente
no lo es tanto. Más heroico sería quizás lanzarnos al vacío y permitir la
transformación. Hacer de tripas corazón y aceptar que hemos cambiado de parecer
a pesar del miedo que podemos tener a la evaluación que otros hagan acerca de
nuestra falta de coherencia o consecuencia. Tendiendo claro que si tememos, es
porque en otras ocasiones hemos sido nosotros los evaluadores.
Sin duda, sería más hermoso
hacer un acto de liberación y permitirnos aceptar con alegría que somos
diferentes a lo que éramos, que las revoluciones personales existen y pueden ser maravillosas.
Es muy lindo ser coherente y
consecuente, pero más hermoso es ser libre. Conceptos como estos se
transforman, para algunos, en jaulas que ellos mismos han fabricado. O, para
ser más "coherente" con mi imagen mental, en cajas en las que hemos decidido meternos para vivir
separados de “los otros”.
Todos vivimos en cajas,
construidas de materiales nobles como conceptos, creencias, etiquetas, juicios
y prejuicios, valores y convenciones culturales, por nombrar sólo algunos.
Algunas cajas son más grandes y otras más pequeñas. Algunos se sienten más
cómodos en espacios más reducidos, pues los movimientos que pueden hacer ahí
dentro son pocos y predecibles. Otros prefieren vivir en grandes cajas, con amplias
áreas para movilizarse y cambiar de vez en cuando de rumbo al caminar. Algunas
cajas son más permeables que otras y permiten conexiones o intersecciones con
las de otros.
Pero se nos olvida que cada caja
tiene una tapa que podemos abrir a voluntad y que, cuando ya no es posible
ampliar la que habitamos, podemos salir y construir otra que nos haga sentir
más confortables. Cuando mi coherencia y mi consecuencia ya no son "coherentes"
ni "consecuentes" con todo lo que yo soy, puedo romper mi caja y entrar en otra,
o simplemente dejarla vacante. Lo ideal es que las paredes cada vez sean más
delgadas, para que en algún momento seamos capaces de desintegrarlas para vivir CON el mundo y no solamente en él.
"Yo hago lo mío y tú haces lo tuyo.
No estoy en este mundo para llenar tus expectativas.
Tú no estás en este mundo para llenar las mías.
Tú eres tú, yo soy yo.
Y si por casualidad nos encontramos, es hermoso.
Si no, no puede remediarse".
Fritz Perls