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jueves, 9 de abril de 2009

Crítica psicosocial del posmodernismo




La posmodernidad, como fenómeno global, se erige como una alternativa poco clara a los ideales del modernismo pues es, en sus cimientos, relativista. Se trata de una era paradójica, en la cual, por un lado nos vemos sobrecargados de información, de productos y posibilidades y, por otro, estamos cada vez más carentes, más vacíos y faltos de sentido.

Los avances tecnológicos y los nuevos canales de información han tornado nuestra vida más rápida y compleja, relativizando y transformando el sentido del tiempo y el espacio, al permitirnos enviar y recibir información de latitudes lejanas en sólo cosa de segundos y manteniéndonos atados a máquinas y sistemas, en función de "estar conectados".

Las relaciones sociales se han amplificado y a la vez se han vuelto más superficiales y virtuales. Esto puede verse, por ejemplo, en el fenómeno Facebook, herramienta tecnológica de la que muchos de nosotros somos usuarios y que permite mantener contacto, recibir noticias y seguir los acontecimientos relevantes e irrelevantes de muchísimas personas a la vez, sin establecer una relación real con ellas. Esta tendencia posiblemente se vincula al “terror” a la intimidad que se vive en nuestros tiempos, pues las habilidades sociales se han ido transformando poco a poco en meras estrategias asertivas para conseguir lo que queremos en esta sociedad en que “la imagen es todo”.

La creación de lazos interpersonales y el mantenimiento de la intimidad se hace cada vez más difícil, pues no sabemos ser nosotros mismos e, incluso en algunos casos, no sabemos quiénes somos. Esta es la causa de gran parte de las “crisis existenciales” por las que los pacientes consultan en psicoterapia; la falta de sentido, la sensación de ser un “Bluff” o una farsa … Percepciones que se grafican claramente en frases como por ejemplo… “Juego tantos roles que ya no sé quién soy” o “Si mi familia… en mi trabajo… supieran realmente como soy no me respetarían”… Son pan de cada día en la práctica del terapeuta.

Las personas se sienten presionadas por el contexto a comprender rápidamente y adaptarse a las exigencias percibidas y, puesto que no es posible para muchos lograr una transformación permanente y profunda, es más importante “parecer” que “ser” adaptado, razón por la cual la imagen pasa a tomar una importancia crucial. Aparecer como buenos padres, figurar como buenos amigos, aprender cierta cantidad de datos para aparentar ser cultos e inteligentes, mostrarse interesados, simular ser solidarios es mucho más importante que serlo realmente. Y es en este “parecer” permanente que el ser humano deja de sentir “encarnadamente” sus emociones y empieza a “cognitivizarlas” y a distanciarse de ellas, hasta no ser capaz incluso de reconocerlas. Tonalidades emotivas como la “tristeza”, el “miedo” o la “ira”, definidas como “nucleares” o “puras” son difíciles de ver en estos tiempos, pues generalmente se dan en combinación con otras y no son "sensorialmente" identificables. La vergüenza, la angustia, la impotencia y la ansiedad indiferenciada han comenzado a tomar roles preponderantes en psicoterapia y, en muchos casos, reconocidas con bastante dificultad para el consultante.

En mi opinión y de acuerdo a algunas teorías psicológicas, existe un núcleo de la identidad de sí mismo que se mantiene en el tiempo a pesar que la experiencia vivida momento a momento se re-signifique de acuerdo al contexto. A pesar de ello, se puede afirmar que incluso el modo de construir la identidad ha mutado, debido a los cambios suscitados al interior de la familia. Vemos a padres y madres cada vez más preocupados de “hacerlo bien” que de conectarse realmente con sus hijos para leer sus demandas y coordinarse con ellos. Es por eso que una gran cantidad de madres y cuidadores se comportan de manera inconsistente, estableciendo vínculos desorganizados, dando respuestas intermitentes e incidiendo, de este modo, en una menor predicción de sus respuestas por parte de los niños. Estos, al no ser capaces de predecir las conductas del cuidador, se vuelven hipervigilantes, evitantes o desorganizados, partiendo desde esa base su relación con el mundo que los rodea.

Consecuentemente, tenemos adultos hipervigilantes, que no cuentan con las herramientas personales para decodificar sus emociones por sí mismos y necesitan a los otros como espejo para saber quiénes son. Esta es una realidad muy común y a la vez, muy difícil de reconocer, pues en la era posmoderna, todos queremos parecer independientes.

Observamos como, además de las carencias psicológicas, estamos enfrentados a una verdadera crisis de los valores éticos y morales, pues si bien estos existen, son relativos, por lo que “todo depende del cristal con que se mire”.

Si bien ya no existe un ideal de hombre, al posicionarnos en la ética posmoderna, podríamos decir que éste sería aquel que triunfa y logra sobreponerse y adaptarse con rapidez a los cambios sin tener conflictos éticos. El hombre que brilla hacia el exterior en todos los ámbitos de su vida; laboral, económico, familiar y social. Sin embargo, en la cotidianeidad y en la intimidad del hombre ideal posmoderno; ¿Encontraremos la misma brillantez que muestra hacia fuera?

El modo de luchar contra esta enajenación de la propia conciencia es intentando ser conciente de ella, por paradójico que suene. Siendo capaces de detenernos y de vez en cuando salir de la vorágine posmoderna para reflexionar acerca de nosotros mismos y de nuestra relación con los otros y con el mundo. Auto-observarnos en nuestro transitar por el devenir cotidiano, deteniéndonos en todas aquellas situaciones que nos producen alguna sensación percibida como relevante, positiva o negativa. Pues es ahí, en la experiencia emocional misma, donde nos encontramos con nuestro verdadero “yo”, donde podemos observarnos y despojarnos, al menos por un instante de los significados que hemos adoptado sin que nos pertenezcan realmente. Si no lo hacemos, nos dejaremos envolver hasta perdernos en ellos. Para eso sirve la psicoterapia, para reencontrarnos con nosotros mismos, con nuestras emociones y motivaciones, para descubrir cómo llegamos a experienciar y dar significado a las vivencias momento a momento, para hacernos más concientes de nosotros mismos en un mundo complejo que nos confunde y nos lleva paulatinamente al autoengaño.

Es posible mantenernos fieles también a nuestros principios, sin embargo, para esto se requiere una gran voluntad y persistencia, para nadar contra la corriente pues, sabemos que es más fácil dejarnos llevar, a pesar que al final del camino podemos terminar perdidos en medio de la confusión.

Es rol de cada uno de nosotros, como seres individuales y sociales, cuidarnos y respetarnos, tener principios que nos permitan establecer relaciones sanas con la sociedad y con el medio y, de ese modo, mostrar a las futuras generaciones que el hombre aun tiene esperanza de crecer y trascender.

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