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domingo, 7 de agosto de 2011

¿COHERENCIA?... ¿CONSECUENCIA?...


¿De qué hablamos cuando usamos estos términos? ¿Es la coherencia un modo de consecuencia? ¿Somos consecuentes cuando somos coherentes?

La coherencia, aplicada a los seres humanos, hace referencia a la relación lógica entre la forma de pensar de una persona y  su actuar. Por otra parte, a mi entender, ser consecuente implica también, una vinculación análoga entre las ideas y la acción. Pero además, la consecuencia implica cierta constancia y firmeza en la coherencia. Perseverancia, tenacidad y constancia son términos que la representan, añadiendo una dimensión temporal a su significado, pues mientras más tiempo la persona sea capaz de mantenerse en su ley, más consecuente es.

Coherencia y consecuencia son dos conceptos muy apreciados en estos tiempos, alcanzando el estatus de “valor”. Nos gustan las personas coherentes, que tienen un discurso que se condice con su forma de vivir y de relacionarse en el mundo. Nos gustan las personas consecuentes, que mantienen su visión y su actuar inmutable a lo largo del tiempo y pese a las vicisitudes. No nos gustan quienes cambian frecuentemente de parecer, porque los consideramos influenciables y poco claros, sin sustento, maleables, “tibiecitos”, no nos dan confianza.

La mayoría de las personas se identifica con sus ideologías y, con esto quiero decir que las endosan a su identidad. Esto no es bueno, ni es malo, pero genera una suerte de sensibilidad a las críticas que pudieran ir dirigidas a la propia doctrina, cuando no hemos sido capaces de crear un límite entre ésta y quienes somos más allá de ella. Sucede con las religiones y con la política en general que, cuando estamos en desacuerdo, las personas intentamos hacer entender al otro por qué tenemos razón y los demás están equivocados, como si hubiese una única y absoluta verdad. Defendemos lo que sabemos y nuestras experiencias al respecto, exigiendo respeto y diciendo todo el tiempo que respetamos la posición del otro, mientras internamente juntamos rabia o impotencia por no ser comprendidos. Sacamos a relucir nuestros mejores argumentos, aquellos que nos hacen parecer más inteligentes, más informados o, por el contrario, más protagonistas y sensibles. Todas las armas sirven para conseguir vencer al otro.

¿Pero qué pasa si todos estamos en lo cierto, desde nuestro particular punto de vista? ¿Qué sucedería si, por el contrario, nadie tuviera la razón? ¿Cómo reaccionaríamos si supiéramos que no existe una respuesta para lo que discutimos?... ¿Por qué intentamos convencer al otro de algo que no le hace sentido? ¿Cómo es que llegamos a mezclarnos tanto con las ideas que nos sentimos en peligro cuando atacan nuestro pensamiento? Simplemente, desde mi visión, todo parte del miedo a ser destruidos. Necesitamos ideologías y “certezas” que den sustento a nuestra identidad y, por ello tememos desaparecer cuando nuestra ideología ha sido vencida, a ser subyugados por el otro, porque pensamos que SOMOS nuestros pensamientos.

A mi parecer, en este momento, una discusión provechosa es aquella que nos lleva a ampliar el conocimiento de todo aquello que es diferente a mí, sin importar cuánto nos acaloremos por ser comprendidos en nuestra exposición. Si todos pudiésemos incorporar este principio, tal vez habría menos conflicto y menos guerras.
Sucede que a veces la coherencia se rompe, cuando nueva evidencia nos muestra que estábamos equivocados o que las cosas han cambiado. En ocasiones, a raíz de un hecho o una constelación de nuestra coherencia interna y/o externa se quiebra y nos vemos obligados a cambiar o a ampliar nuestros límites para mantener la cordura o para, simplemente poder seguir viviendo.

¿Tenemos que hacernos cargo de nuestra coherencia y morir en nuestra ley?... Eso suena heroico, pero probablemente no lo es tanto. Más heroico sería quizás lanzarnos al vacío y permitir la transformación. Hacer de tripas corazón y aceptar que hemos cambiado de parecer a pesar del miedo que podemos tener a la evaluación que otros hagan acerca de nuestra falta de coherencia o consecuencia. Tendiendo claro que si tememos, es porque en otras ocasiones hemos sido nosotros los evaluadores.

Sin duda, sería más hermoso hacer un acto de liberación y permitirnos aceptar con alegría que somos diferentes a lo que éramos, que las revoluciones personales existen y pueden ser maravillosas.
Es muy lindo ser coherente y consecuente, pero más hermoso es ser libre. Conceptos como estos se transforman, para algunos, en jaulas que ellos mismos han fabricado. O, para ser más "coherente" con mi imagen mental, en cajas en las que hemos decidido meternos para vivir separados de “los otros”.
Todos vivimos en cajas, construidas de materiales nobles como conceptos, creencias, etiquetas, juicios y prejuicios, valores y convenciones culturales, por nombrar sólo algunos. Algunas cajas son más grandes y otras más pequeñas. Algunos se sienten más cómodos en espacios más reducidos, pues los movimientos que pueden hacer ahí dentro son pocos y predecibles. Otros prefieren vivir en grandes cajas, con amplias áreas para movilizarse y cambiar de vez en cuando de rumbo al caminar. Algunas cajas son más permeables que otras y permiten conexiones o intersecciones con las de otros.

Pero se nos olvida que cada caja tiene una tapa que podemos abrir a voluntad y que, cuando ya no es posible ampliar la que habitamos, podemos salir y construir otra que nos haga sentir más confortables. Cuando mi coherencia y mi consecuencia ya no son "coherentes" ni "consecuentes" con todo lo que yo soy, puedo romper mi caja y entrar en otra, o simplemente dejarla vacante. Lo ideal es que las paredes cada vez sean más delgadas, para que en algún momento seamos capaces de desintegrarlas para vivir CON el mundo y no solamente en él.

"Yo hago lo mío y tú haces lo tuyo.
No estoy en este mundo para llenar tus expectativas.
Tú no estás en este mundo para llenar las mías.
Tú eres tú, yo soy yo.
Y si por casualidad nos encontramos, es hermoso.
Si no, no puede remediarse".
                                                            
                                                            Fritz Perls 

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