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martes, 26 de agosto de 2014

¡DI NO A LA PROMISCUIDAD CAPILAR!

Publicado en witty.la
Hace días comenzó a rondar por mi cabeza la idea de hacerme un cambio de look. Tenía en mi mente la imagen perfecta de lo que quería. Dos semanas atrás, después de comprar un regalo de cumpleaños, me decidí a cumplir mi objetivo. Llegué a la peluquería, noté que algo me faltaba… ¡El regalo se me había quedado en el baño! Y, obviamente, ya no estaba. Tras las recriminaciones pertinentes, me empeñé en encontrar otro regalo y no pude concretar mi anhelado cambio. No noté que era un designio divino, pues ese día mi mente estaba entre Urano y Júpiter. Así es que hoy, al salir del trabajo, decidí ir otra vez tras mi nueva yo.
Entré a una peluquería de una conocida cadena y me atendió amablemente una chica que guardó mi abrigo y me dejó esperando a que llegara la “estilista”. Minutos después, apareció una mujer grandota de aspecto intimidante. Tenía el pelo naranja y la chasquilla rubia. Le conté que quería hacerme unas mechas; como una especie de californianas pero más largas y degradadas en tonos ceniza, enfatizando que no quería mechas “amarillas” y le mostré unas fotos que tenía en el celular.
Después de alabar el color de mi virginal cabello no intervenido por años, al menos en la parte superior, comenzó a manipularlo con unas técnicas extrañas, mientras llamaba a sus compañeras para que admiraran su forma de trabajar. A mi lado, su hermana -una mujer extremadamente bronceada que parecía la versión rubia de Cruz-Johnson-, despotricaba, con la cabeza metida en la gorra para hacer visos, contra una mujer embarazada, contándole, en tono humorístico pero inquietante, lo terrible y horroroso había sido para ella tener hijos. Yo estaba distraída en eso, cuando la “estilista” me dijo -voy a iluminar un poco tu chasquilla- y me mandó encima un chorro de decolorante. Le pedí que no tocara más la parte superior de mi pelo, que quería dejarlo natural. Ella me dijo que confiara, que era sólo un “toque”.
Al cabo de unos minutos, me lavaron el pelo, me pusieron el color, me hicieron el masaje que había pedido y me volvieron a sentar en el sillón frente al espejo. Mi sorpresa fue grande cuando me vi “rucia tirando para colorina”. Decir que me veía ordinaria es poco… Me veía macabra. Le dije tranquilamente que no me gustaba, que estaba demasiado claro. Ella se enojó y me dijo que lo arreglaría con un “tonalizante”, mientras se defendía alegando que ella había hecho lo mismo que yo le mostré en las fotos… Cosa que no era verdad. Me puso otro color encima y me dejó bajo esos aparatos que tiran viento frío y calor, mientras me pelaba con sus compañeras que me miraban con cara de “alega y te dejamos pelá”. Yo estaba nerviosa y apenada, tanto así, que no me dieron ganas de reclamar. Sólo quería salir de ahí y me desahogaba whatsappeando con un amigo. Terminó, sin grandes cambios, me secó el pelo al lote y me dejó como perro colorín mojado. Cuando pagué, la administradora me preguntó por qué había demorado tanto y le expliqué que me habían dejado la embarrada y habían tratado de arreglarla, pero no lo habían logrado. Con gesto compasivo, me preguntó si necesitaba algo más, porque obviamente notó que me veía pésimo, pero yo le dije que nica dejaba que me volvieran a hacer algo ahí.
Me hice un moño al lote y corrí al supermercado a comprar una tintura de cinco lucas y un chocolate chico para pasar las penas. Me fui hecha un bólido a mi departamento y una vez ahí, me tomé fotos pokemonas con cara de atrocidad para que mis amigas y amigos se rieran y me subieran el ánimo a través del bullying que amorosamente nos hacemos cuando estamos en ese tipo de problemas. Luego, me sumergí en la tarea de arreglar la calamidad que colgaba de mi atribulada cabeza. Me tinturé, sin renunciar a dejar unas mechas levemente más claras en la parte de abajo, haciendo rápidamente una técnica que no sabía si resultaría. Esperé histérica los 35 minutos y seguí las instrucciones siguientes… ¿El resultado?… Bastante potable… Un cabello nuevamente castaño, pero seco, con mechas en degradé de la mitad hacia abajo… Cosa que la grandota colorina rubia no fue capaz de hacer. Lo triste, es que mi cabello ya no era virgen. Me sentí sucia y promiscua por dejar que alguien a quién recién había conocido dispusiera de mi pelo.
De mala manera comprendí que la promiscuidad estética trae consecuencias negativas. Me hubiese gustado perder la virginidad capilar con alguien de confianza y no haberme entregado por un par de piropos dirigidos a mi ex natural castaño cabello. ¡Nunca confíen en una peluquera de pelo naranja!… ¡No a la promiscuidad capilar!

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