Cuando pienso en aquellas personas que
viven en una queja constante, a veces sin darse cuenta, asumo que probablemente, entre otras cosas, necesitan, en primera instancia darse cuenta, entender por qué lo hacen y aprender a ver la vida desde puntos de vista alternativos, simplemente conectándose con su experiencia más que con los significados que tienden a otorgarle de manera regular, entendiendo que la "identidad" no es inmutable y que no vale la pena aferrarse e identificarse con formas que no resultan útiles ni cómodas. Requieren también un shock de optimismo que les permita abrir los ojos al
mundo y quitar el velo negro a través del cual ven la vida, para comenzar a
maravillarse con la magia de la existencia a través de estar atentos plenamente a su experiencia en el presente.
Sin embargo, el “optimismo”,
desde mi punto de vista está mal conceptualizado, es bastante sobrevalorado y puede incluso llegar a ser peligroso. He visto como, en el intento de mantenerse animadas, contentas
y esperanzadas, viendo las cosas por el lado positivo, las personas niegan
aspectos de sí mismas, de los otros y de las situaciones para hacerlo todo
coherente con este optimismo, a veces, inconscientemente forzado.
Creo que, en ocasiones resulta
positivo darse cuenta de aquellas cosas que no andan “bien”, enojarse, no estar
de acuerdo, poner límites, asumir que hay situaciones que no nos gustan, pues
sólo a través de la consciencia es que podemos llegar a aceptar y a aprender de
las experiencias. Cuando esto no se hace, entramos en la rueda del “optimismo
hueco”, en un des-enraizamiento de nosotros mismos y en una paulatina
deshumanización, pues perdemos la oportunidad de conocernos momento a momento
de manera realista y perdemos también de vista a los demás, viéndolos sólo como un
reflejo optimista de nosotros mismos.
Para mí, un optimista es quien tiene la capacidad de observar las situaciones, siendo consciente de sus emociones, sean
estas agradables o no y vivirlas sumergiéndose en ellas. Es quien logra vivenciar cada cosa con todos los sentidos, con el corazón y también con la cabeza, sintiéndose feliz,
emocionado, triste, confundido o enrabiado, según sea el caso, pero aceptando y manteniendo
firme la convicción de que toda situación es una oportunidad para aprender más
de sí mismo, de los otros y del mundo para volverse cada vez más íntegro y más
feliz.
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